Cortesía del mecenas de la
cultura , N. Bathes.
Muchas gracias.



Continuamos la historia de Eneas
por cortesia de N. Bathes.
Muchas gracias.
Llegan a Cumas, después de llorar la desaparición de Palinuro. Los teucros se dispersan en busca de provisiones y descanso. Mientras, Eneas emprende camino a la acrópolis de Apolo para hablar con Deífobe, la sibila. Ésta les recibe, y les guía al interior del templo. Allí, la sacerdotisa entra en trance, y después de que Eneas prometa erigir un templo en honor de Apolo, habla el dios. Se le anuncia que llegará a Lavinio, pero que tendrá que luchar largamente, a causa de su matrimonio con una extranjera, antes de reinar sobre esas tierras, y que recibirá ayuda de una ciudad griega. Cuando la sibila termina de hablar, Eneas le pregunta cómo entrar al Averno para encontrar a su padre, que le ha rogado que se vean.



Completamos la historia de Eneas,
escrita por Virgilio, por cortesía
del mecenas e ilustrado N. Bathes..
Muchas gracias.
Una vez en el palacio, son recibidos por Latino, que les pregunta acerca de sus propósitos al haber llegado a sus tierras, a lo que éstos responden que han venido, tras prolongadas desgracias, en busca de tierras donde establecerse pacíficamente por designio de los dioses, y ofrecen ricos presentes al rey. Ante estas palabras, Latino recuerda el deber de casar a su hija con un extranjero, y acepta las propuestas troyanas, ofreciendo a su hija a Eneas. Los embajadores vuelven para llevar las noticias al campamento. Mientras, Juno descubre a los troyanos, y aunque no puede remediar que reinen sobre los latinos, tratará de ponerle los mayores obstáculos, para lo que pide ayuda a Alecto, diosa infernal, sembradora de pesares. Ésta se dirige en primer lugar hasta la mujer del rey. Le arroja una serpiente, con la que se hace dueña de sus actos, y hace que ruegue a Latino que renuncie a Eneas a favor de Turno. Al no poder convencerle, sale corriendo al bosque, donde esconde a Lavinia. Después vuela hasta el palacio de Turno, y presentándose ante él en forma de anciana, le exhorta a la lucha.


" Pedid y se os dará . . . "
Otra joya , nunca mejor dicho ,
de los números bajos que nos
faltan. Cortesía de Lluram &Trixia.
¡¡ Muchas gracias !!
Los Doce Trabajos de Hércules
Primer trabajo: El León de Nemea El primer trabajo que Euristeo impuso a Heracles fue dar muerte al león de Nemea, hijo de los monstruos Ortro y Equidna, fiera temible cuya piel era invulnerable a toda clase de armas. Heracles intentó matarlo con una maza pero sólo logró asustarlo, el león se introdujo en su cueva y Hércules lo siguió y luchó con la fiera cuerpo a cuerpo, estrangulándola. Presentó el cadáver del animal a Euristeo, quien, asombrado y aterrorizado, le prohibió que volviera a entrar jamás en la ciudad; en adelante debía exhibir los frutos de sus trabajos ante las puertas de Micenas. Euristeo ordenó a sus herreros que le fabricasen una jarra de bronce que escondió bajo tierra. En adelante, siempre que se anunciaba la llegada de Heracles, se refugiaba en ella y enviaba sus órdenes por medio de un heraldo. Utilizando las garras del león, Hércules lo despellejó y llevó a partir de entonces su piel invulnerable como armadura, y su cabeza como casco. El león de Nemea, tras su muerte, se convirtió en la constelación Leo. Segundo trabajo: La Hidra de Lerna

El segundo trabajo ordenado por Euristeo fue la destrucción de la hidra de Lerna, enorme serpiente multicéfala hija de Tifón y Equidna. Este monstruo había sido criado por la propia Hera para enfrentarlo a Heracles; sus cabezas se reproducían al ser cortadas, y exhalaban un vaho capaz de matar a todo el que se hallara cerca. Hércules, conteniendo la respiración, comenzó a luchar contra la hidra aplastando sus cabezas con una maza, pero enseguida brotaban otras nuevas. Hera envió un enorme cangrejo para que ayudase a la hidra, pero Hércules lo aplastó con el pie. Yolao acudió en ayuda de Heracles, y mientras éste cortaba las cabezas con una espada Yolao quemaba las heridas con una antorcha para evitar que se reprodujesen. Tras dar muerte a la hidra y desentrañarla, mojó sus flechas en la hiel del monstruo, a partir de entonces la más pequeña herida que estas flechas causasen sería letal. En premio a los servicios prestados por el cangrejo, Hera colocó su imagen entre los doce signos del Zodíaco (la constelación de Cáncer). Euristeo no consideró este trabajo como debidamente ejecutado, ya que su sobrino Yolao había ayudado a Hércules.
Tercer trabajo: La Cierva de Cerinia El tercer trabajo de Hércules consistía en capturar la cierva de Cerinia y llevarla viva a Micenas. Este animal tenía pezuñas de bronce y cornamenta de oro. Estaba consagrada a Artemis, ya que era una de las cinco ciervas que la diosa había intentado capturar para engancharlas a su carro, y la única que había logrado escapar. Hércules persiguió a la cierva incansablemente día y noche hasta el mismo país de los Hiperbóreos. Aprovechando un momento en que el animal se detuvo a beber, Hércules inmovilizó sus patas delanteras con una flecha que hizo pasar entre el tendón y el hueso sin derramar sangre. Entonces la apresó y se la llevó a Micenas.
Cuarto trabajo: El Jabalí de Erimanto Euristeo ordenó a Heracles que capturase vivo a un enorme jabalí que vivía en los bosques de Erimanto y que causaba estragos en los campos que rodeaban Psófide. De camino hacia Erimanto, Heracles hizo una parada para visitar a su amigo el centauro Folo, quien compartió con él su comida y su vino. Pero los otros centauros, al oler el vino que estaba especialmente reservado para ellos, montaron en cólera y atacaron a Hércules, quien los rechazó primero con teas y luego con sus flechas envenenadas, dando muerte a varios de ellos y poniendo en fuga a los demás. Mientras Hércules enterraba a sus víctimas Folo sacó una de las flechas de Heracles y la examinó, asombrado de que algo tan pequeño pudiese dar muerte a criaturas tan formidables. La flecha se le cayó y lo hirió en un pie, matándolo. Hércules enterró a su amigo con excepcionales honras fúnebres al pie de la montaña que tomó su nombre, y prosiguió en busca del jabalí. Hércules persiguió a la bestia durante horas, llevándolo hasta una zona cubierta de nieve donde saltó sobre su lomo y lo ató con cadenas, llevándoselo sobre sus hombros a Micenas. Los colmillos del jabalí de Erimanto se conservaron en el templo de Apolo en Cumas.
Quinto trabajo: Los establos del Rey Augias Augias, rey de Elide, era el hombre que más ganado poseía en el mundo, los dioses habían hecho a sus rebaños inmunes a todas las enfermedades, y eran increíblemente fértiles. Pero Augias no había limpiado jamás sus establos, que esparcían un hedor insoportable por todo el Peloponeso. Además la capa de estiércol sobre la tierra de los valles era tan gruesa que ya no podían labrarse para sembrar grano. Euristeo ordenó a Hércules limpiar aquello en un solo día, sonriendo al imaginar al héroe cargando el estiércol en cestos y llevándoselo sobre sus hombros. Heracles, sin mencionar el mandato de Euristeo, convino con Augias en que, si lograba limpiar todo aquello en un solo día, obtendría a cambio la décima parte de los rebaños. Hércules derribó dos de las cuatro paredes de cada establo, tras lo cual desvió de sus cursos los ríos Alfeo y Peneo, consiguiendo que las aguas se llevasen todo el estiércol de los establos, así como el que cubría los valles. Pero Augias, al enterarse de que Euristeo ya había ordenado a Hércules limpiar sus establos, se negó a pagar lo acordado. Heracles pidió que el caso se sometiera a arbitraje, el hijo de Augias declaró ante los jueces que su padre había hecho un trato con Hércules, por lo cual Augias, lleno de cólera, desterró de Elide a su hijo y a Hércules, afirmando que los dioses de los ríos, y no él, habían realizado el trabajo. Euristeo, por su parte, no consideró el trabajo como uno de los diez, ya que Hércules había sido contratado por Augias.
Sexto Trabajo: Las Aves del Lago Estínfalo Hércules recibió de Euristeo la orden de expulsar del lago Estínfalo a ciertos pájaros comedores de hombres y ganado que tenían picos, alas y garras de bronce y cuyos excrementos venenosos arruinaban los cultivos. Heracles no podía ahuyentar a las aves con sus flechas, pues eran demasiado numerosos. Atenea le entregó un par de címbalos de bronce, que Hércules agitó con fuerza produciendo tal estruendo que las aves, enloquecidas de terror, alzaron el vuelo. Muchas de ellas fueron derribadas por las flechas de Hércules, y las restantes huyeron hacia la isla de Ares en el Mar Negro, donde fueron encontradas años después por los Argonautas.
Séptimo trabajo: El Toro de Creta El rey cretense Minos había prometido a Poseidón sacrificar en su honor un hermoso toro. Minos incumplió su promesa y Poseidón, como venganza, volvió loco al animal e hizo que Pasífae, esposa de Minos, se aparease con él, concibiendo al Minotauro. El toro, que arrojaba llamas por la boca, recorría la isla destrozándolo todo a su paso. Euristeo ordenó a Hércules que capturase al toro. Tras una ardua lucha, Hércules doblegó al monstruo y lo llevó vivo a Micenas, donde Euristeo quiso consagrarlo a Hera, quien rechazó el regalo. El toro fue puesto en libertad, atravesó la Argólide, cruzó el istmo de Corinto y se quedó en la llanura de Maratón, donde posteriormente lo encontraría Teseo. Octavo trabajo: Las Yeguas de Diomedes
El octavo trabajo impuesto por Euristeo consistía en capturar las cuatro yeguas comedoras de hombres del rey tracio Diomedes. Este las tenía atadas con cadenas, y las alimentaba con la carne de sus inocentes huéspedes. Hércules partió hacia Tracia con un grupo de voluntarios; tras derrotar a los hombres de Diomedes Hércules arrojó el cuerpo de éste, todavía con vida, a sus yeguas, quienes tras devorarlo se volvieron tan mansas que el héroe pudo uncirlas al carro de Diomedes y llevárselas a Micenas, donde fueron consagradas a Hera. Durante la lucha las yeguas devoraron a Abdero, amigo de Hércules, quien había quedado encargado de custodiarlas. Hércules fundó en su honor la ciudad de Abdera.

Décimo trabajo: Los Bueyes de Geriones Para realizar su décimo trabajo, Hércules tuvo que viajar a los confines del mundo. Euristeo le ordenó que le trajese el ganado del monstruo Geriones, quien tenía tres cabezas, seis brazos y seis piernas y cuya fuerza era extraordinaria. Geriones vivía en la isla de Eriteya, en el extremo occidente, más allá del río Océano, sus rebaños pastaban cerca de los de Hades y estaban al cuidado del pastor Euritión y del perro Ortro, monstruo bicéfalo hermano de Cerbero, el guardián de los infiernos. Al llegar a Tartesos, en el estrecho que separaba Europa de la antigua Libia (el actual Estrecho de Gibraltar) Hércules, para conmemorar su largo viaje, levantó dos columnas, una en Europa y otra en África. Helio brillaba sobre Hércules y éste, enfadado por el intenso calor que le impedía trabajar, disparó una flecha al dios, quien protestó malhumorado. Hércules se disculpó por su acción y destensó su arco, Helio ofreció entonces a Hércules la copa de oro que le servía para trasladarse cada noche del occidente al oriente, en la que Heracles navegó hasta la isla de Eriteya. Al llegar a la isla el perro Ortro y el pastor Euritión se abalanzaron sobre el héroe, quien los mató de un mazazo. Avisado por el pastor de Hades, Geriones alcanzó a Hércules y lo obligó a luchar, siendo traspasado por sus flechas. Seguidamente Hércules embarcó el ganado en la copa de Helio y se dirigió de nuevo a Tartesos para devolvérsela. Luego, continuó su camino bordeando las costas mediterráneas, donde hubo de defender varias veces su botín de los ataques de los ladrones de ganado. En Italia vivió numerosas aventuras; al pasar por Liguria fueron tantos sus asaltantes que agotó todas sus flechas y tuvo que dirigir una plegaria a Zeus para que le enviase una lluvia de piedras, gracias a las cuales pudo librarse de sus enemigos. Al llegar a Micenas Hércules entregó el ganado a Euristeo, quien lo sacrificó en honor a Hera.


Otra joya más que nos envía
el mecenas de la cultura , N. Bathes
Muchas gracias .
«Los labios de la sabiduría están cerrados, excepto para los oídos del entendimiento.» El Kybalion.
Nada le retenía ya a Perseo en aquellas abrasadas tierras africanas. Puso las alas a sus pies y se lanzó en un rápido vuelo. llegó hasta Etiopía, en la cual reinaba Cefeo1, en el preciso momento en que Andrómeda, para expiar un crimen de su madre, había de perecer por una injusta sentencia de Júpiter Ammón. Perseo, viendo a esta joven princesa atada a una roca y expuesta a la voracidad de un monstruo marino... quedó enamorado de su belleza y de la bondad que brillaba en sus ojos. No pudo menos que acercarse a ella para preguntarle la causa de su infortunio. «Yo no creo, ¡oh bella princesa!, que merezcas que te aten otras ligaduras que las de mis brazos amantes. Dime tu nombre. Dime tu tierra. Dime la razón de tu cadena y la causa de tu duelo.» Andrómeda callaba.



Otra joya que nos trae N. Bathes
sobre la mitologia griega.
Muchas gracias.
Cuando Perseo mató a la Gorgona, se llevó la cabeza consigo y partió volando lejos, hasta la tierra donde vivía el rey Atlas. Atlas era un hombre de tamaño descomunal. Su mayor orgullo era su jardín ya que sus árboles daban frutos de oro. Perseo se presentó diciendo que venía de visita en calidad de huesped, pero Atlas , desconfiado, temiendo que quisiera robarle sus frutos dorados lo echó. Atlas era un gigante y Perseo no se animaba a enfrentarlo. Entonces le ofreció como obsequi la caja que escondía la cabeza de la Gorgona.Perseo abrió la caja mientras apartada sus ojos y levantó la cabeza de la Gorgona.Al instante Atlas quedó convertido en piedra. Su cuerpo aumentó de tamaño hasta convertirse en una montaña Luego de convertir al gigante Atlas en piedra, Perseo voló hasta el país de los etíopes cuyo rey era Cefeo.


Por el inolvidable MJA .
Una de las figuras más trágicas de la mitología griega es la reina Níobe. Era hija de Tántalo, quien había sido condenado en los Infiernos a sufrir eternamente de hambre y sed por haber robado la comida de los dioses.
Níobe, hermana de Pélope, se había casado con Anfión, un gran músico que había ayudado a construir las murallas de Tebas atrayendo a las rocas con el sonido de su lira. Los dos esposos llegaron a ser reyes de esta ciudad.
Níobe tenía un gran motivo de orgullo. No era por su belleza, aunque era hermosa, ni por la habilidad de su esposo, ni por su reino ni por sus posesiones. Había dado a Anfión siete hijos y siete hijas, todos de gran belleza, y en ellos basaba toda su felicidad. Habría podido vivir una larga vida de dicha, pero sus palabras de orgullo trajeron la desgracia a su casa.
En una ocasión, cuando se celebraban los ritos de adoración para Latona y sus dos hijos, los dioses Apolo y Artemisa, la reina Níobe dijo a quienes la rodeaban:
-Qué tontería es el adorar a seres que no pueden ser vistos, en lugar de rendir pleitesía a quienes están frente a vuestros ojos. ¿Por qué adorar a Latona y no a mí? Mi padre fue Tántalo, quien se sentó a la mesa de los dioses. Mi esposo construyó esta ciudad y la gobierna. ¿Por qué preferir a Latona? Yo soy siete veces más dichosa, con mis catorce hijos, mientras ella tiene solamente dos. Cancelen esta ceremonia inútil.
El pueblo de Tebas la obedeció, y los rituales quedaron incompletos. Pero Latona había escuchado las palabras de Níobe, y ssu venganza no se hizo esperar. Llamó a sus hijos Apolo y Artemisa, les repitió las palabras de Níobe y los envió a castigar el orgullo de esa mujer.
Ocultos por las nubes los dos dioses pusieron pie en las torres de Tebas. Frente a la ciudad se celebraban juegos atléticos, en los que participaban los hijos varones de Níobe y Anfión. Apolo tomó su arco y sus flechas, y uno a uno mató a los jóvenes. El menor de ellos, el único que quedaba, gritó al cielo: -¡Perdonadme, oh dioses! -Apolo quiso respetar su vida por su ruego, pero la flecha ya había abandonado su arco y el muchacho cayó muerto.
Advertida por los gritos de la gente, Níobe llegó al campo donde se encontraban los cuerpos de sus hijos. A su alrededor estaban sus hijas, que compartían con ella su dolor. Pero una a una, ellas también fueron cayendo sin vida, por los dardos lanzados por Artemisa.
Abrazando a la más pequeña, mientras las demás yacían a su lado, Níobe gritó: -¡Dioses, dejadme al menos una! -Pero fue inútil, pues pronto la niña se desplomaba con una flecha en su pecho.
Al ver a sus hijos muertos, Anfión se enfureció. Se dirigió al templo de Apolo e intentó prenderle fuego, pero el dios lo abatió con sus flechas. Níobe tomó en sus brazos el cuerpo de la más pequeña de sus hijas y huyó enloquecida a Asia Menor. Los restos de su familia permanecieron insepultos durante nueve días, pues los dioses habían transformado en piedra a los habitantes de Tebas. El décimo día, los propios dioses les dieron sepultura.
Macisto (Μάκιστος) es un personaje menor de la mitología griega. Es hijo de Atamante, rey de Tebas y Néfele, hermano por lo tanto de Frixo y Hele, en algunas versiones del mito. Apenas tiene importancia dentro de la mitología griega, pero es posible que su nombre, a través de la supuesta forma italiana Maciste, dieran origen a un popular personaje cinematográfico de características similares a las de Hércules.
Níobe vagó con el cadáver de su hija hasta llegar al monte Sípilo. No pudo avanzar más, pues su dolor no le permitía moverse. El viento no agitaba su cabello, sus ojos quedaron fijos en el rostro de su hija, la sangre dejó de fluir dentro de ella. Se transformó en una roca, pero sus ojos siguieron vertiendo lágrimas que dieron origen a un manantial.
Las Gorgonas eran un trío de deidades marinas, como corresponde a las hijas de dos terribles monstruos marinos: Forcis (Forcus) y Cetus. Tenían por hermanas a otro trío de diosas infernales: las Grayas, tres brujas caníbales que compartían un único ojo y único diente. Los nombres de las tres Gorgonas eran Esteno, Euriale y Medusa; existen muchas descripciones, pero siempre se las asocian a mujeres con serpientes en lugar de cabellos y que petrificaban con su sola mirada. Nuestra protagonista Medusa fue la más célebre de todas; amante forzada de Poseidón (Neptuno), quien la violó en el templo de Atenea; por tal ofensa Atenea la transformó a ella y a sus hermanas en los monstruos descritos (se suponía que antes de acostarse con Poseidón, las Gorgonas eran lo opuesto sus hermanas, las Grayas, ninfas muy hermosas). Medusa era la única mortal (que podía morir) de las tres hermanas, seguramente una parte especial del castigo impuesto por Atenea. Medusa murió finalmente decapitada en manos del joven Perseo, un hijo de Zeus (Júpiter) y quien recibió la ayuda de la diosa Atenea para realizar su viaje. La diosa le indicó al joven Perseo que usara su escudo como espejo para poder vencer a la gorgona. Tras su muerte, los cabellos de Medusa se dispersaron por el mundo dando origen a todas razas las serpientes que conocemos hoy día, pero de su sangre derramada nacería el caballo alado Pegaso y de su vientre podría por fin escapar de su encierro, el vástago de Poseidón, un gigante armado conocido como Crisaor. Algunos mitos dicen que cuando Perseo, montado en Pegaso volaba sobre el desierto de Libia, gotas de la sangre de la cabeza medusa cayeron y nacería la anfisbena de dos cabezas. Las Gorgonas son descritas en el mito original como seres alados con garras en vez de extremidades y con cabezas cubierta de serpientes; en versiones modernas son mujeres hermosas con serpientes en lugar de cabellos, y en los juegos de computadora o de cartas de rol las asemejan a las naginas (pero conservando su cabellera de serpientes). En Japón existe a la Yama-uba, posiblemente se trata de alguna especie de ogra, con aspecto de gorgona.
En la mitología griega, Iamo era el hijo de Evadne, hija de Poseidón, engendrada por Apolo. Shamed por su embarazo, Evadne abandonó a su niño por temor. El niño sobrevivió y, le fue otorgado el don de la profecía
La violeta es una planta vivaz, que tiene las hojas con peciolo largo, acorazonadas y ligeramente dentadas y da flores solitarias de color violeta intenso, muy perfumadas que al restregarlas despiden un olor agradable y dulzón. El epíteto odorata hace referencia a ese embriagante olor que despide.
Cuenta la mitología el motivo por el que las violetas se volvieron de ese color, habiendo sido siempre blancas.Las violetas también intervienen en otra historia mítica.
Yamo fue un héroe de Olimpia, nacido de la relación que Evadne tuvo con Apolo. Avergonzada de haber sido seducida por el dios, expuso al niño para que muriera, pero dos serpientes acudieron a alimentarlo con miel. La madre lo encontró un día salvado de este modo milagroso y tendido en un lecho de violetas en flor; por eso le dio por nombre Yamo (Íamos), “el niño de las violetas”.
Cuenta la mitología el motivo por el que las violetas se volvieron de ese color, habiendo sido siempre blancas.Las violetas también intervienen en otra historia mítica.
Yamo fue un héroe de Olimpia, nacido de la relación que Evadne tuvo con Apolo. Avergonzada de haber sido seducida por el dios, expuso al niño para que muriera, pero dos serpientes acudieron a alimentarlo con miel. La madre lo encontró un día salvado de este modo milagroso y tendido en un lecho de violetas en flor; por eso le dio por nombre Yamo (Íamos), “el niño de las violetas”.
Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes. Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal. Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio. Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní. Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroismo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.
En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la tierra. Lamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.
un millon de gracias! ahora las clases con mis alumnos se harán más dinámicas! Saludos!
ResponderEliminarInfinitas gracias por todo este material. Lo disfrutaré.
ResponderEliminarExcelente material de la mitología griega. Lo descargué y me dispongo a disfrutarlos, ya que es una de mis lecturas favoritas.
ResponderEliminarGracias por este aporte tan extraordinario.