Continuamos la historia de Eneas
por cortesia de N. Bathes.
Muchas gracias.
Llegan a Cumas, después de llorar la desaparición de Palinuro. Los teucros se dispersan en busca de provisiones y descanso. Mientras, Eneas emprende camino a la acrópolis de Apolo para hablar con Deífobe, la sibila. Ésta les recibe, y les guía al interior del templo. Allí, la sacerdotisa entra en trance, y después de que Eneas prometa erigir un templo en honor de Apolo, habla el dios. Se le anuncia que llegará a Lavinio, pero que tendrá que luchar largamente, a causa de su matrimonio con una extranjera, antes de reinar sobre esas tierras, y que recibirá ayuda de una ciudad griega. Cuando la sibila termina de hablar, Eneas le pregunta cómo entrar al Averno para encontrar a su padre, que le ha rogado que se vean.
Ésta le indica que deberá arrancar una rama dorada de un árbol que se halla poco antes de la entrada al Averno como ofrenda para Proserpina, pero que no podrá seguir su camino sin antes honrar la muerte de uno de sus compañeros. Eneas no sabe a quien se refiere, pero al llegar ve tendido y muerto a su amigo Miseno. Cortan troncos para una pira, y Eneas ruega por encontrar la rama dorada. Venus le oye, y con unas palomas le indica el lugar. Coge la rama y termina de celebrar el funeral de Miseno. A continuación realiza los sacrificios exigidos para entrar en el Averno. Con el amanecer, el suelo comienza a temblar, y la sacerdotisa ordena que sólo Eneas entrará con ella en los dominios de Plutón. Pasan por al lado de multitud de monstruos, y llegan al río Aqueronte, donde hallan al barquero Caronte, custodio de las aguas, y donde multitud de almas esperan cruzar el río.
En principio no les deja pasar, pero al ver la rama sagrada, Caronte cede y les deja subir en su barca. Llegan a la otra orilla, y al acercarse al can Cerbero le lanzan una torta somnífera para pasar. Lo rebasan y se alejan del río. Pasan por zonas divididas según la causa de la muerte de sus pobladores, y de repente encuentra a Dido. Intenta disculparse y explicarle las causas de su partida, pero ella hace oídos sordos y vuelve con Siqueo, que por fin la acompaña. Siguen Eneas y la sibila su camino, ven a muchos de los muertos en la guerra de Troya, entre ellos Deífobo, hijo de Príamo, con quien Eneas se para a hablar. La sacerdotisa le avisa de que van mal de tiempo, y siguen andando hacia el Elíseo.
Al llegar a las murallas de Plutón, clavan la rama dorada en la puerta, Eneas se rocía con agua fresca y avanzan, entrando en una región mucho más agradable que las anteriores, donde viven los bienaventurados. Preguntan por Anquises y les indican el camino. Al encontrarle, el padre de Eneas se emociona, y saluda cálidamente a su hijo. Le muestra como su descendencia de Lavinia, la mujer con la que se habrá de casar, dará origen a Silvio, Procas, Numitor a Rómulo, que fundará Roma, y al resto de gobernantes romanos, con sus triunfos y desgracias. Eneas se asombre ante la magnitud del poder que alcanzará Roma. Después, Anquises le muestra a su hijo todo aquello que deberá llevar a cabo si quiere ganar las guerras que más tarde tendrá forzosamente que ganar en el Lacio, mostrándoles detenidamente a sus futuros adversarios, los laurentes, y la ciudad de Latino, de donde procede su mujer, Lavinia. Una vez explicados todos los detalles, Anquises los conduce hasta las puertas del sueño, por donde podrán salir, y se despide de su hijo definitivamente. Eneas, una vez fuera del reino de Plutón, se dirige por el camino más corto hacia el lugar donde habían quedado las naves y sus hombres, y levan anclas. Pegados a la costa, navegan y llegan hasta el puerto de Cayeta. Atracan y bajan a tierra.
Completamos la historia de Eneas,
escrita por Virgilio, por cortesía
del mecenas e ilustrado N. Bathes..
Muchas gracias.
Tras celebrar en tierra funerales por la muerte de la nodriza de Eneas, reemprenden la navegación. Rodean, con ayuda de Neptuno, la tierra de Circe, y pronto divisan el reino de los laurentes. El rey Latino, descendiente de Saturno, sólo tiene una hija, Lavinia, a la que los hados le revelan que deberá casar con un pretendiente extranjero, rechazando incluso a Turno, el mejor de los pretendientes. Eneas y sus hombres bajan a tierra, preparan la comida y libaciones para los dioses, pero faltan víveres, y se comen parte de las ofrendas, lo que Ascanio compara con comerse las mesas. Estas palabras hacen recordar a Eneas la profecía de la arpía Celeno, y emocionado anuncia a sus compañeros que por fin han hallado la tierra prometida por los dioses, lo cual es confirmado por una nube dorada que aparece en el cielo. Al día siguiente, mandan cien embajadores a la corte del rey Latino, y el resto de los hombres empiezan a formar y amurallar un campamento.
Una vez en el palacio, son recibidos por Latino, que les pregunta acerca de sus propósitos al haber llegado a sus tierras, a lo que éstos responden que han venido, tras prolongadas desgracias, en busca de tierras donde establecerse pacíficamente por designio de los dioses, y ofrecen ricos presentes al rey. Ante estas palabras, Latino recuerda el deber de casar a su hija con un extranjero, y acepta las propuestas troyanas, ofreciendo a su hija a Eneas. Los embajadores vuelven para llevar las noticias al campamento. Mientras, Juno descubre a los troyanos, y aunque no puede remediar que reinen sobre los latinos, tratará de ponerle los mayores obstáculos, para lo que pide ayuda a Alecto, diosa infernal, sembradora de pesares. Ésta se dirige en primer lugar hasta la mujer del rey. Le arroja una serpiente, con la que se hace dueña de sus actos, y hace que ruegue a Latino que renuncie a Eneas a favor de Turno. Al no poder convencerle, sale corriendo al bosque, donde esconde a Lavinia. Después vuela hasta el palacio de Turno, y presentándose ante él en forma de anciana, le exhorta a la lucha.
Tras conseguirlo, va en busca de Julo, y altera a sus perros para que devoren a unos cervatillos, propiedad de unos campesinos. Esto enfurece a los pastores y campesinos, que cargan contra los troyanos. Entablan lucha, y son observados por Juno y Alecto desde el cielo, pero Juno teme represalias de Júpiter y envía a la diosa infernal de vuelta a sus dominios. Mientras, los latinos parten hacia el castillo de Latino para pedirle que case a su hija con Turno, y así impedir que se comparta el reino con los troyanos. Latino se niega a hacer nada, pero Juno abre las puertas de la guerra, y toda Ausonia se levanta en armas contra los troyanos. Intervienen en el combate Mecencio y su hijo Lauso al mando de mil guerreros, Aventino con tropas y vestido a la manera hercúlea, los gemelos Catilo y Coras, el rey Céculo junto con una legión aldeana, Mesapo con varios ejércitos, Clauso con un gran ejercito, Haleso con mil pueblos, Ebalo, Fuente al mando de los Ecuicolas, Umbrón, Virbio con caballería e infantería. Al frente de todos ellos marcha Turno, al que le sigue una nube de hombres llegados de todas partes. Además de los guerreros de la zona, llega para intervenir en la lucha Camila la guerrera, diestra en el arte de la guerra. Libro VIII Cuando Turno da la señal para que empiece la guerra, todos prestan juramento, y Mesapo, Fuente y Mecencio reclutan tropas de todos lados. Mientras, Eneas cavila sobre cómo resolver el conflicto, y al irse a dormir, se le presenta el dios Tíber, y le anuncia la pronta aparición de la ya predicha cerda blanca con sus treinta lechones que indicará dónde su hijo Ascanio debe fundar la ciudad de Alba Longa. Además le revela que para vencer en la guerra debe dirigirse a Palanteo, ciudad fundada por arcadios y gobernada por Evandro, ya que éstos se hallan en permanente enfrentamiento con los latinos, con quienes establecerá un tratado, ofreciéndose el propio Tíber a remontarles río arriba.
Al llegar la Aurora, Tíber se despide, no sin antes recomendar a Eneas que haga libaciones en honor suyo, y en el de Juno para aplacarla. Con el día, Eneas despierta, y tras reiterar sus promesas de sacrificios al Tíber, halla por fin la cerda blanca con sus lechones, la cual inmolan como sacrificio a Juno. Al llegar la noche, milagrosamente las aguas del río quedan totalmente quietas, de modo que los teucros cogen dos birremes y remontan el río para llegar a la región de los arcadios. Casualmente, cuando llegan, los arcadios estaban celebrando sacrificios en honor de Hércules, por lo que contemplan la llegada de los teucros. Palante, hijo de Evandro, pregunta a los troyanos cuáles son sus propósitos, y Eneas le explica su intención de formar una alianza con Evandro para combatir a los latinos. Palante, impresionado, le lleva hasta su padre. Una vez ante él, Eneas, apelando a antepasados comunes y al odio mutuo contra los latinos, reitera al rey su deseo de una alianza guerrera para hacerles frente. Evandro, que había conocido al padre de Eneas cuando era joven, acepta de buen grado la propuesta de Eneas, y le invitan a un banquete.
Penélope (en griego Πηνελόπη y en latín, Penelope) es un personaje de la Odisea, uno de los dos grandes poemas épicos atribuidos a Homero. Penélope es la esposa del personaje principal, el rey de Ítaca, Odiseo. Ella espera durante veinte años el regreso de su marido de la Guerra de Troya. Por esta razón se le considera un símbolo de la fidelidad conyugal hasta el día de hoy. Mientras su esposo está fuera, Penélope es pretendida por múltiples hombres. Para mantener su castidad ante la ausencia de su marido, ésta idea un gran plan. Les dice a los pretendientes que aceptará la desaparición de Odiseo, con la consecuente promesa de un nuevo enlace, cuando termine de tejer un sudario, para cuando falleciese el ex rey Laertes, en el que estaba trabajando. Para mantener el mayor tiempo posible este tejido en elaboración, procura deshacer por la noche lo que creó durante el día, y de esta forma soporta los veinte años. Justo cuando Odiseo llega a casa, Penélope termina la labor, Odiseo mata a los pretendientes y permanece con ella. Hay diversas leyendas que cuentan lo que ocurrió después del retorno de Odiseo a Ítaca, recopiladas en breves resúmenes en la Biblioteca mitológica de Apolodoro (Epítome vii.34). Su marido Odiseo se fue a Tesprocia a realizar una serie de sacrificios que le había encomendado Tiresias (Odisea, XI) y acabó casándose con la reina Calídice. Una vez muerta ésta, Odiseo regresó a Ítaca y descubrió que Penélope había dado a luz a Poliportes. Tiempo después, Telégono -hijo de Circe y Odiseo- llegó a Ítaca y mató, sin saber que era su padre, a Odiseo. En cuando lo descubrió, arrepentido, llevó el cadáver de su padre y a Penélope hasta Circe: allí, ella se casó con Telégono y Telémaco con Circe, lo cual hizo que su nuevo marido y Penélope fueran inmortales. Penélope fue seducida por Antínoo y por ello Odiseo la devolvió junto a su padre -Icario- y fue madre de Pan junto a Hermes. Penélope fue seducida por Antínoo y por ello Odiseo la mató.
Pelias, tío de Jasón, tras consultar sobre su futuro, fue advertido por el oráculo de que tuviera cuidado con un hombre calzado con una sola sandalia, porque pondría en peligro su trono. Jasón fue educado por el centauro Quirón hasta que se convirtió en adulto. Cuando cumplió los veinte años, se dirigió a Yolco dispuesto a recuperar el trono que por herencia le pertenecía. Vestía de manera extraña, cubierto con una piel de pantera, con una lanza en cada mano y con el pie izquierdo descalzo, según algunos porque había perdido una sandalia cruzando un río y había ayudado a Hera a cruzarlo, representada como una anciana, y esta más tarde se lo agradeció. Con esta indumentaria se presentó en la plaza pública de Yolco en el momento en que su tío Pelias se disponía a celebrar un sacrificio. Pelias no lo reconoció, pero sintió miedo por el extranjero descalzo. Jasón permaneció con su padre Esón cinco días y al sexto se presentó a Pelias y le reclamó el trono que legítimamente le pertenecía. Pelias decidió alejarlo de su tierra enviándolo a una difícil misión: viajar hasta la Cólquida (al pie del Cáucaso), y traer de allí el vellocino de oro, la piel de un carnero fabuloso que había salvado la vida a Frixo, antepasado de Pelias, y lo había trasladado a la Cólquida. Allí Frixo ofreció en sacrificio a Zeus este carnero y luego regaló la piel del animal, que era de oro, al rey Eetes. Éste lo consagró a Ares y lo depositó en un árbol custodiado por dos toros que arrojaban fuego por la boca y una serpiente que nunca dormía. Según otra versión, el propio Jasón, inspirado por Hera, se habría impuesto la realización de la prueba. Y es que, al presentarse ante Pelias, éste advirtió su pie descalzo y, comprendiendo el peligro que le anunciaba el oráculo, le preguntó qué castigo impondría a un individuo que conspirase contra su rey. Jasón contestó que lo enviaría a conquistar el vellocino de oro, respuesta que se volvió contra él Jasón solicitó entonces la ayuda de Argos, hijo de Frixo, y, por consejo de Atenea, construyó la nave Argo, que había de conducir a la Cólquide a Jasón, acompañado de un grupo de héroes griegos cuyo número oscila entre 45 y 69 según las diversas fuentes, que tomaron el nombre de Argonautas (marineros de Argo). Reunidos pues los Argonautas, se hicieron a la mar en dirección a la Cólquida.2 3 No mucho después, llegaron a la isla de Lemnos, donde sólo habitaban mujeres. La reina, Hipsípila, que se enamoró de Jasón, le contó que las mujeres de la isla habían sido castigadas por la diosa Afrodita, al no rendirle culto, impregnándolas de un olor tan desagradable que los hombres las habían rechazado, uniéndose con mujeres de las islas vecinas. En venganza, las lemnias mataron a los hombres de la isla. Los Argonautas permanecieron en la isla un tiempo, se unieron amorosamente a ellas y luego se marcharon. Jasón tuvo dos hijos de Hipsípila como resultado de ello llamados Euneo y Nebrófono.4 Después de pasar por algunos países, llegaron a Salmideso, donde encontraron a Fineo, ciego y adivino, al que los Argonautas ayudaron a deshacerse de las Harpías, monstruos voladores con rostro de mujer, garras y alas, que, cumpliendo un castigo impuesto por los dioses, impedían que Fineo pudiera alimentarse. Fineo, en agradecimiento, informó a los Argonautas sobre el camino a seguir hasta la Cólquida y además les dijo cómo podían superar el peligro que les esperaba al llegar a las Rocas Azules, dos enormes peñascos flotantes en continuo movimiento que chocaban entre sí aplastando a todos los que pretendían pasar entre ellas.
" Pedid y se os dará . . . "
Otra joya , nunca mejor dicho ,
de los números bajos que nos
faltan. Cortesía de Lluram &Trixia.
¡¡ Muchas gracias !!
Los Doce Trabajos de Hércules
Primer trabajo: El León de Nemea
El primer trabajo que Euristeo impuso a Heracles fue dar muerte al león de Nemea, hijo de los monstruos Ortro y Equidna, fiera temible cuya piel era invulnerable a toda clase de armas. Heracles intentó matarlo con una maza pero sólo logró asustarlo, el león se introdujo en su cueva y Hércules lo siguió y luchó con la fiera cuerpo a cuerpo, estrangulándola. Presentó el cadáver del animal a Euristeo, quien, asombrado y aterrorizado, le prohibió que volviera a entrar jamás en la ciudad; en adelante debía exhibir los frutos de sus trabajos ante las puertas de Micenas. Euristeo ordenó a sus herreros que le fabricasen una jarra de bronce que escondió bajo tierra. En adelante, siempre que se anunciaba la llegada de Heracles, se refugiaba en ella y enviaba sus órdenes por medio de un heraldo. Utilizando las garras del león, Hércules lo despellejó y llevó a partir de entonces su piel invulnerable como armadura, y su cabeza como casco. El león de Nemea, tras su muerte, se convirtió en la constelación Leo. Segundo trabajo: La Hidra de Lerna
El segundo trabajo ordenado por Euristeo fue la destrucción de la hidra de Lerna, enorme serpiente multicéfala hija de Tifón y Equidna. Este monstruo había sido criado por la propia Hera para enfrentarlo a Heracles; sus cabezas se reproducían al ser cortadas, y exhalaban un vaho capaz de matar a todo el que se hallara cerca. Hércules, conteniendo la respiración, comenzó a luchar contra la hidra aplastando sus cabezas con una maza, pero enseguida brotaban otras nuevas. Hera envió un enorme cangrejo para que ayudase a la hidra, pero Hércules lo aplastó con el pie. Yolao acudió en ayuda de Heracles, y mientras éste cortaba las cabezas con una espada Yolao quemaba las heridas con una antorcha para evitar que se reprodujesen. Tras dar muerte a la hidra y desentrañarla, mojó sus flechas en la hiel del monstruo, a partir de entonces la más pequeña herida que estas flechas causasen sería letal. En premio a los servicios prestados por el cangrejo, Hera colocó su imagen entre los doce signos del Zodíaco (la constelación de Cáncer). Euristeo no consideró este trabajo como debidamente ejecutado, ya que su sobrino Yolao había ayudado a Hércules.
Tercer trabajo: La Cierva de Cerinia El tercer trabajo de Hércules consistía en capturar la cierva de Cerinia y llevarla viva a Micenas. Este animal tenía pezuñas de bronce y cornamenta de oro. Estaba consagrada a Artemis, ya que era una de las cinco ciervas que la diosa había intentado capturar para engancharlas a su carro, y la única que había logrado escapar. Hércules persiguió a la cierva incansablemente día y noche hasta el mismo país de los Hiperbóreos. Aprovechando un momento en que el animal se detuvo a beber, Hércules inmovilizó sus patas delanteras con una flecha que hizo pasar entre el tendón y el hueso sin derramar sangre. Entonces la apresó y se la llevó a Micenas.
Cuarto trabajo: El Jabalí de Erimanto Euristeo ordenó a Heracles que capturase vivo a un enorme jabalí que vivía en los bosques de Erimanto y que causaba estragos en los campos que rodeaban Psófide. De camino hacia Erimanto, Heracles hizo una parada para visitar a su amigo el centauro Folo, quien compartió con él su comida y su vino. Pero los otros centauros, al oler el vino que estaba especialmente reservado para ellos, montaron en cólera y atacaron a Hércules, quien los rechazó primero con teas y luego con sus flechas envenenadas, dando muerte a varios de ellos y poniendo en fuga a los demás. Mientras Hércules enterraba a sus víctimas Folo sacó una de las flechas de Heracles y la examinó, asombrado de que algo tan pequeño pudiese dar muerte a criaturas tan formidables. La flecha se le cayó y lo hirió en un pie, matándolo. Hércules enterró a su amigo con excepcionales honras fúnebres al pie de la montaña que tomó su nombre, y prosiguió en busca del jabalí. Hércules persiguió a la bestia durante horas, llevándolo hasta una zona cubierta de nieve donde saltó sobre su lomo y lo ató con cadenas, llevándoselo sobre sus hombros a Micenas. Los colmillos del jabalí de Erimanto se conservaron en el templo de Apolo en Cumas.
Quinto trabajo: Los establos del Rey Augias Augias, rey de Elide, era el hombre que más ganado poseía en el mundo, los dioses habían hecho a sus rebaños inmunes a todas las enfermedades, y eran increíblemente fértiles. Pero Augias no había limpiado jamás sus establos, que esparcían un hedor insoportable por todo el Peloponeso. Además la capa de estiércol sobre la tierra de los valles era tan gruesa que ya no podían labrarse para sembrar grano. Euristeo ordenó a Hércules limpiar aquello en un solo día, sonriendo al imaginar al héroe cargando el estiércol en cestos y llevándoselo sobre sus hombros. Heracles, sin mencionar el mandato de Euristeo, convino con Augias en que, si lograba limpiar todo aquello en un solo día, obtendría a cambio la décima parte de los rebaños. Hércules derribó dos de las cuatro paredes de cada establo, tras lo cual desvió de sus cursos los ríos Alfeo y Peneo, consiguiendo que las aguas se llevasen todo el estiércol de los establos, así como el que cubría los valles. Pero Augias, al enterarse de que Euristeo ya había ordenado a Hércules limpiar sus establos, se negó a pagar lo acordado. Heracles pidió que el caso se sometiera a arbitraje, el hijo de Augias declaró ante los jueces que su padre había hecho un trato con Hércules, por lo cual Augias, lleno de cólera, desterró de Elide a su hijo y a Hércules, afirmando que los dioses de los ríos, y no él, habían realizado el trabajo. Euristeo, por su parte, no consideró el trabajo como uno de los diez, ya que Hércules había sido contratado por Augias.
Sexto Trabajo: Las Aves del Lago Estínfalo Hércules recibió de Euristeo la orden de expulsar del lago Estínfalo a ciertos pájaros comedores de hombres y ganado que tenían picos, alas y garras de bronce y cuyos excrementos venenosos arruinaban los cultivos. Heracles no podía ahuyentar a las aves con sus flechas, pues eran demasiado numerosos. Atenea le entregó un par de címbalos de bronce, que Hércules agitó con fuerza produciendo tal estruendo que las aves, enloquecidas de terror, alzaron el vuelo. Muchas de ellas fueron derribadas por las flechas de Hércules, y las restantes huyeron hacia la isla de Ares en el Mar Negro, donde fueron encontradas años después por los Argonautas.
Séptimo trabajo: El Toro de Creta El rey cretense Minos había prometido a Poseidón sacrificar en su honor un hermoso toro. Minos incumplió su promesa y Poseidón, como venganza, volvió loco al animal e hizo que Pasífae, esposa de Minos, se aparease con él, concibiendo al Minotauro. El toro, que arrojaba llamas por la boca, recorría la isla destrozándolo todo a su paso. Euristeo ordenó a Hércules que capturase al toro. Tras una ardua lucha, Hércules doblegó al monstruo y lo llevó vivo a Micenas, donde Euristeo quiso consagrarlo a Hera, quien rechazó el regalo. El toro fue puesto en libertad, atravesó la Argólide, cruzó el istmo de Corinto y se quedó en la llanura de Maratón, donde posteriormente lo encontraría Teseo. Octavo trabajo: Las Yeguas de Diomedes
El octavo trabajo impuesto por Euristeo consistía en capturar las cuatro yeguas comedoras de hombres del rey tracio Diomedes. Este las tenía atadas con cadenas, y las alimentaba con la carne de sus inocentes huéspedes. Hércules partió hacia Tracia con un grupo de voluntarios; tras derrotar a los hombres de Diomedes Hércules arrojó el cuerpo de éste, todavía con vida, a sus yeguas, quienes tras devorarlo se volvieron tan mansas que el héroe pudo uncirlas al carro de Diomedes y llevárselas a Micenas, donde fueron consagradas a Hera. Durante la lucha las yeguas devoraron a Abdero, amigo de Hércules, quien había quedado encargado de custodiarlas. Hércules fundó en su honor la ciudad de Abdera.
Noveno Trabajo: El Cinturón de Hipólita Hipólita, reina de las amazonas, llevaba un cinturón regalo de Ares, el dios de la guerra. Euristeo quiso regalar este cinturón a su hija Admete, e impuso a Heracles la tarea de conseguirlo. Los amigos de Hércules se unieron a él en su aventura para ayudarlo a vencer al poderoso ejército de las amazonas. Embarcaron hacia Escitia, región próxima al Mar Negro, y desembarcaron en el puerto de Temiscira, donde Hipólita fue a visitarlos. Sintiéndose atraída por el musculoso cuerpo de Hércules, Hipólita le ofreció el cinturón como prenda de amor. Mientras tanto Hera, disfrazada de amazona, había difundido el rumor de que los extranjeros planeaban raptar a Hipólita; las amazonas, encolerizadas, atacaron la nave de los griegos. Heracles, sospechando una traición, mató a Hipólita y le arrebató el cinturón; tras una dura batalla en la que Heracles dio muerte a todas las jefas amazonas obligó a huir a su ejército. En el camino de vuelta Hércules, al pasar cerca de Troya, vio a una muchacha encadenada a unas rocas. Se trataba de Hesíone, hija del rey troyano Laomedonte, quien había sido castigado por Poseidón (el Dios de los Mares) por haber incumplido un trato. Hesíone sería sacrificada a un monstruo enviado por Poseidón. Hércules rompió las cadenas de Hesíone y se ofreció a matar al monstruo a cambio de dos yeguas inmortales que Zeus había regalado a Laomedonte. Hércules dio muerte al monstruo pero Laomedonte se negó a cumplir lo pactado, tras lo cual Hércules se hizo de nuevo a la mar, jurando vengarse.
Décimo trabajo: Los Bueyes de Geriones Para realizar su décimo trabajo, Hércules tuvo que viajar a los confines del mundo. Euristeo le ordenó que le trajese el ganado del monstruo Geriones, quien tenía tres cabezas, seis brazos y seis piernas y cuya fuerza era extraordinaria. Geriones vivía en la isla de Eriteya, en el extremo occidente, más allá del río Océano, sus rebaños pastaban cerca de los de Hades y estaban al cuidado del pastor Euritión y del perro Ortro, monstruo bicéfalo hermano de Cerbero, el guardián de los infiernos. Al llegar a Tartesos, en el estrecho que separaba Europa de la antigua Libia (el actual Estrecho de Gibraltar) Hércules, para conmemorar su largo viaje, levantó dos columnas, una en Europa y otra en África. Helio brillaba sobre Hércules y éste, enfadado por el intenso calor que le impedía trabajar, disparó una flecha al dios, quien protestó malhumorado. Hércules se disculpó por su acción y destensó su arco, Helio ofreció entonces a Hércules la copa de oro que le servía para trasladarse cada noche del occidente al oriente, en la que Heracles navegó hasta la isla de Eriteya. Al llegar a la isla el perro Ortro y el pastor Euritión se abalanzaron sobre el héroe, quien los mató de un mazazo. Avisado por el pastor de Hades, Geriones alcanzó a Hércules y lo obligó a luchar, siendo traspasado por sus flechas. Seguidamente Hércules embarcó el ganado en la copa de Helio y se dirigió de nuevo a Tartesos para devolvérsela. Luego, continuó su camino bordeando las costas mediterráneas, donde hubo de defender varias veces su botín de los ataques de los ladrones de ganado. En Italia vivió numerosas aventuras; al pasar por Liguria fueron tantos sus asaltantes que agotó todas sus flechas y tuvo que dirigir una plegaria a Zeus para que le enviase una lluvia de piedras, gracias a las cuales pudo librarse de sus enemigos. Al llegar a Micenas Hércules entregó el ganado a Euristeo, quien lo sacrificó en honor a Hera.
Undécimo Trabajo: Las Manzanas de las Hespérides Al no considerar Euristeo como válidos dos de los diez trabajos que había impuesto a Hércules (la destrucción de la hidra y la limpieza de los establos de Augias) impuso a éste dos nuevas tareas, la primera consistía en recoger los frutos del manzano de oro, regalo de bodas de la Madre Tierra a la diosa Hera, esposa de Zeus. Este manzano estaba plantado en un jardín situado en el extremo norte de la Tierra, custodiado por las ninfas Hespérides -hijas del titán Atlante, castigado por Zeus a sostener eternamente la bóveda del cielo- y el dragón Ladón, monstruo de cien cabezas hijo de Tifón y Equidna. Hércules no sabía cómo llegar al jardín por lo que se dirigió hacia Iliria en busca del dios Nereo, conocedor del secreto, a quien obligó a revelar la situación del jardín; Nereo intentó escapar adoptando múltiples formas, pero al final se vio obligado a revelar el secreto. Al pasar por el Cáucaso Hércules se encontró con Prometeo, quien por haber entregado el secreto del fuego a los hombres había sido castigado por Zeus a una horrible tortura: encadenado a una montaña, un águila monstruosa lo atacaba a diario y le devoraba el hígado, que crecía de nuevo al irse el águila. Hércules mató al águila de un flechazo y liberó a Prometeo quien, en agradecimiento, desveló a Hércules el secreto de cómo obtener las manzanas: no debería ser él quien las arrancase del árbol, sino Atlante, y advirtió a Hércules que no debía aceptar la propuesta que Atlante le haría a continuación. Atlante estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de librarse aunque sólo fuese por unos momentos de la terrible carga que soportaba, Hércules le ofreció sostener él mismo la bóveda del cielo si Atlante le traía las manzanas de oro; como Atlante temía al dragón Ladón, Hércules lo mató con una flecha, tras lo cual relevó a Atlante sosteniendo la bóveda celeste mientras éste obtenía las manzanas. Atlante, feliz al verse liberado de su carga, propuso a Hércules llevar él mismo las manzanas a Euristeo. Heracles, recordando la advertencia de Prometeo, fingió estar de acuerdo y pidió a Atlante que se hiciese cargo del peso durante unos momentos mientras él se colocaba una almohadilla en la cabeza para estar más cómodo. Atlante dejó las manzanas en el suelo y volvió a soportar su carga, Hércules cogió las manzanas y se despidió. Tras vivir una serie de aventuras en Libia y Egipto Hércules regresó a Micenas donde entregó las manzanas a Euristeo, quien las devolvió a Hera.
Duodécimo Trabajo: La Captura de Cerbero El último trabajo fue el más peligroso de todos, Euristeo ordenó a Hércules descender al Tártaro (el Reino de los Muertos), los dominios del temible Hades, y capturar a Cerbero, perro monstruoso hijo de Tifón y Equidna, que tenía tres cabezas, una serpiente por cola y cabezas de serpiente a lo largo de su cuerpo. Cerbero era el guardián de la puerta de entrada al Tártaro. Antes de descender al Tártaro Hércules se dirigió a Eleusis, donde el sacerdote Eumolpo lo inició en los Misterios Eleusianos, ritos sagrados purificadores preparatorios para la vida en el Mundo Subterráneo. Una vez preparado, Hércules descendió al Tártaro, guiado por Hermes y Atenea. Aterrado por el aspecto de Hércules, el barquero Caronte lo transportó sin reparos a la otra orilla de la laguna Estigia; cuando Hércules bajó de la barca de Caronte los espíritus de los muertos huyeron aterrados, con excepción de Meleagro y la Gorgona Medusa. Al ver a Medusa desenvainó su espada, pero Hermes lo tranquilizó diciéndole que no era más que un fantasma; cuando apuntó con una flecha a Meleagro, éste se rió diciéndole que nada tenía que temer de los muertos, y tras una charla amistosa Hércules, conmovido por la triste historia de Meleagro, prometió a éste que se casaría con su hermana Deyanira. Más adelante Hércules se encontró con Teseo y Pirítoo, a quienes Hades retenía vivos en el Tártaro, pegados a la Silla del Olvido desde que bajaron con la intención de raptar a Perséfone (esposa de Hades); Hércules consiguió liberar a Teseo pero tuvo que dejar atrás a Pirítoo. Luego liberó a Ascálafo de la roca bajo la cual lo había encarcelado Démeter (madre de Perséfone). Viendo la sed que sufrían las almas de los muertos Hércules quiso sacrificar una de las vacas de Hades para que pudieran beber su sangre, siendo atacado entonces por el pastor de Hades, Menetes; cuando Hércules estaba a punto de acabar con Menetes apareció Perséfone, quien rogó a Hércules que perdonase la vida a su rival y condujo a Hércules al palacio de Hades. Cuando Hércules pidió el perro Cerbero a Hades éste le dio permiso para llevárselo si conseguía dominarlo sin emplear armas. Tras un prolongado forcejeo con Cerbero logró vencerlo y se lo llevó a Micenas, y tras presentarlo ante Euristeo lo devolvió a Hades.
Otra joya más que nos envía
el mecenas de la cultura , N. Bathes
Muchas gracias .
«Los labios de la sabiduría están cerrados, excepto para los oídos del entendimiento.» El Kybalion.
Nada le retenía ya a Perseo en aquellas abrasadas tierras africanas. Puso las alas a sus pies y se lanzó en un rápido vuelo. llegó hasta Etiopía, en la cual reinaba Cefeo1, en el preciso momento en que Andrómeda, para expiar un crimen de su madre, había de perecer por una injusta sentencia de Júpiter Ammón. Perseo, viendo a esta joven princesa atada a una roca y expuesta a la voracidad de un monstruo marino... quedó enamorado de su belleza y de la bondad que brillaba en sus ojos. No pudo menos que acercarse a ella para preguntarle la causa de su infortunio. «Yo no creo, ¡oh bella princesa!, que merezcas que te aten otras ligaduras que las de mis brazos amantes. Dime tu nombre. Dime tu tierra. Dime la razón de tu cadena y la causa de tu duelo.» Andrómeda callaba.
La vergüenza le impedía contestar al hermoso muchacho. Al fin, después de muchos ruegos varoniles, se decidió a decir su nombre, su país y las excesivas vanidades de su madre, comparándose en hermosura con Juno y las Nereidas. Ella siguió hablando hasta que vio salir del mar a un monstruo inmenso. Dio un grito terrible que debió de llegar hasta los oídos de sus culpables, pero desdichados padres. Socorrióla Perseo diciéndoles: «Tiempo tendréis de llorar vuestras desdichas. Pero si queréis socorrerla por lo pronto por lo pronto, entregádmela por esposa. Siendo yo hijo de Júpiter, no creo que se me niegue la gracia de su perdón.»Cefeo y la reina su esposa aceptaron esta proposición y prometieron a Perseo el reino como dote de su hija. Lo mismo que una embarcación movida vigorosamente por los remeros, así se vio avanzar al monstruo hacia la roca. Perseo se dispuso para la lucha. Se alzó en el espacio y, como un rayo, se dejó caer sobre el lomo de la bestia con la espada desnuda; penetró ésta hasta el puño en el ojo del monstruo.
Al sentirse herido se removió iracundo; y la sangre que manaba y el agua que expedía fueron tantas y de fuerza tan enorme, que al salpicar al audaz Perseo pusieron en peligro la estabilidad aérea. Nuevo ataque de éste; y la espada se clava en el vientre de la bestia... Al poco tiempo el océano se tragaba a su alimaña. En la ribera, Cefeo y su esposa, locos de contento, aplaudían a su futuro yerno y redentor de sus dolores. Andrómeda, ya libre, se da como precio al vencedor. Perseo elevó inmediatamente tres altares para dar gracias a los dioses. En el del centro sacrifica un toro al padre de los dioses; en el de la derecha, a Palas, una vaca; en el de la izquierda, a Mercurio, un becerro. Después abraza a Andrómeda. Amor e Himeneo les acompañan con las antorchas encendidas. Un perfume intenso se apodera de todos los olfatos. Se perciben dulcísimas músicas lejanas. Se agitaban los entusiasmos como si fueran banderolas.
Abriéronse de par en par las puertas del palacio de Cefeo... y en él ya estaban preparadas las mesas del convite nupcial y el lecho de los desposados. Al final del banquete, cuando ya estaban todos los ánimos arrullados por el optimismo de los vinos, habló Perseo acerca de las costumbres y usos del país. Cefeo rogóle que les contara cómo consiguió aquella cabeza de Medusa cuyos cabellos no eran sino víboras. «En el reino del Atlas -dijo Perseo- existe una ciudad fortificada con altas murallas, cuya custodia fue confiada a las hijas de Forcis, que tenían un solo ojo para ambas. Aprovechando el momento en que una de ellas prestaba el ojo a la otra, yo penetré en la ciudad y llegué hasta el palacio de las Gorgonas, adornado con las figuras de las fieras y de los hombres a los que la vista de Medusa había petrificado. Para evitar que me encantase a mí yo no la miré sino reflejada en mi escudo. Aproveché su sueño y le cercené la cabeza.»Preguntáronle después a Perseo por qué Medusa tenía serpientes en vez de cabellos. «Es una historia digna de vuestra curiosidad. Os la voy a contar. Medusa, en un tiempo, fue la más amable de las criaturas. Inspiró grandes pasiones. Pero estaba enamorada sobre todo de sus cabellos. Neptuno y ella profanaron un templo de Palas, ante cuyos ojos pusieron su propio escudo para que no viera sus expansiones. Para castigar tamaño desacato, cada cabello de seda y oro de Medusa se transformó en una inmunda víbora... Víboras que, garbadas en su escudo, utiliza ahora ella para vengarse de sus enemigos.»Espero les guste este extracto del libro metamorfosis.....
Otra joya que nos trae N. Bathes
sobre la mitologia griega.
Muchas gracias.
Cuando Perseo mató a la Gorgona, se llevó la cabeza consigo y partió volando lejos, hasta la tierra donde vivía el rey Atlas. Atlas era un hombre de tamaño descomunal. Su mayor orgullo era su jardín ya que sus árboles daban frutos de oro. Perseo se presentó diciendo que venía de visita en calidad de huesped, pero Atlas , desconfiado, temiendo que quisiera robarle sus frutos dorados lo echó. Atlas era un gigante y Perseo no se animaba a enfrentarlo. Entonces le ofreció como obsequi la caja que escondía la cabeza de la Gorgona.Perseo abrió la caja mientras apartada sus ojos y levantó la cabeza de la Gorgona.Al instante Atlas quedó convertido en piedra. Su cuerpo aumentó de tamaño hasta convertirse en una montaña Luego de convertir al gigante Atlas en piedra, Perseo voló hasta el país de los etíopes cuyo rey era Cefeo.
La reina de los Etíopes, Casiopea en un alarde de orgullo por su belleza se comparó con las Ninfas del Mar. Estas en represalia enviaron a un monstruo marino para que devastara la costa. El rey Cefeo, preocupado consultó al oráculo y este le ordenó sacrificar a su bella hija Andrómeda al monstruo para apaciguarlo.El rey, entonces mandó encadenar a su hija a una roca junto al mar para ser devorada por la bestia del mar.Perseo, cuando se acercó a la costa en su vuelo divisó a la hermosa doncella encadenada frente al mar y, sin dar crédito a sus ojos se acercó a ella para preguntarle la razón de su triste destino. Andrómeda, llorando desconsoladamente le confesó que su destino era ser la víctima que calmaría la furia de los embates del monstruo del mar.Mientras conversaban el monstruo marino se acercaba a la costa.
El rey Cefeo y la reina Casiopea eran testigos desgraciados del final trágico de su hija ya que nada podían hacer por ella. Perseo, al ver la hermosura de Andrómeda y la desesperación de sus padres se presentó y ofreció exterminar al monstruo, pidiendo al mismo tiempo como recompensa a su hija en matrimonio.Los padres aceptaron encantados y le prometieron además una boda real. Perseo sin titubear se lanzó en feroz lucha contra la bestia marina. Le clavó su espada, el monstruo se retorció y devolvió el ataque con furia descontrolada. Perseo, con sus alas esquivaba los coletazos y le clavaba la espada en cada sitio libre que encontraba. Poco a poco fue guiando la furia del monstruo hasta la costa ya que sus alas estaban mojadas y cuando lo tuvo cerca le partió una roca entre los ojos y el monstruo echando agua y sangre por la nariz, murió tras un atronador aullido.El rey de los etíopes y su esposa desencadenaron a la doncella de la roca. Felices y agradecidos con Perseo, le ofrecieron la mano de su hija.
Por el inolvidable MJA .
Una de las figuras más trágicas de la mitología griega es la reina Níobe. Era hija de Tántalo, quien había sido condenado en los Infiernos a sufrir eternamente de hambre y sed por haber robado la comida de los dioses.
Níobe, hermana de Pélope, se había casado con Anfión, un gran músico que había ayudado a construir las murallas de Tebas atrayendo a las rocas con el sonido de su lira. Los dos esposos llegaron a ser reyes de esta ciudad.
Níobe tenía un gran motivo de orgullo. No era por su belleza, aunque era hermosa, ni por la habilidad de su esposo, ni por su reino ni por sus posesiones. Había dado a Anfión siete hijos y siete hijas, todos de gran belleza, y en ellos basaba toda su felicidad. Habría podido vivir una larga vida de dicha, pero sus palabras de orgullo trajeron la desgracia a su casa.
En una ocasión, cuando se celebraban los ritos de adoración para Latona y sus dos hijos, los dioses Apolo y Artemisa, la reina Níobe dijo a quienes la rodeaban:
-Qué tontería es el adorar a seres que no pueden ser vistos, en lugar de rendir pleitesía a quienes están frente a vuestros ojos. ¿Por qué adorar a Latona y no a mí? Mi padre fue Tántalo, quien se sentó a la mesa de los dioses. Mi esposo construyó esta ciudad y la gobierna. ¿Por qué preferir a Latona? Yo soy siete veces más dichosa, con mis catorce hijos, mientras ella tiene solamente dos. Cancelen esta ceremonia inútil.
El pueblo de Tebas la obedeció, y los rituales quedaron incompletos. Pero Latona había escuchado las palabras de Níobe, y ssu venganza no se hizo esperar. Llamó a sus hijos Apolo y Artemisa, les repitió las palabras de Níobe y los envió a castigar el orgullo de esa mujer.
Ocultos por las nubes los dos dioses pusieron pie en las torres de Tebas. Frente a la ciudad se celebraban juegos atléticos, en los que participaban los hijos varones de Níobe y Anfión. Apolo tomó su arco y sus flechas, y uno a uno mató a los jóvenes. El menor de ellos, el único que quedaba, gritó al cielo: -¡Perdonadme, oh dioses! -Apolo quiso respetar su vida por su ruego, pero la flecha ya había abandonado su arco y el muchacho cayó muerto.
Advertida por los gritos de la gente, Níobe llegó al campo donde se encontraban los cuerpos de sus hijos. A su alrededor estaban sus hijas, que compartían con ella su dolor. Pero una a una, ellas también fueron cayendo sin vida, por los dardos lanzados por Artemisa.
Abrazando a la más pequeña, mientras las demás yacían a su lado, Níobe gritó: -¡Dioses, dejadme al menos una! -Pero fue inútil, pues pronto la niña se desplomaba con una flecha en su pecho.
Al ver a sus hijos muertos, Anfión se enfureció. Se dirigió al templo de Apolo e intentó prenderle fuego, pero el dios lo abatió con sus flechas. Níobe tomó en sus brazos el cuerpo de la más pequeña de sus hijas y huyó enloquecida a Asia Menor. Los restos de su familia permanecieron insepultos durante nueve días, pues los dioses habían transformado en piedra a los habitantes de Tebas. El décimo día, los propios dioses les dieron sepultura.
Níobe vagó con el cadáver de su hija hasta llegar al monte Sípilo. No pudo avanzar más, pues su dolor no le permitía moverse. El viento no agitaba su cabello, sus ojos quedaron fijos en el rostro de su hija, la sangre dejó de fluir dentro de ella. Se transformó en una roca, pero sus ojos siguieron vertiendo lágrimas que dieron origen a un manantial.
Macisto (Μάκιστος) es un personaje menor de la mitología griega. Es hijo de Atamante, rey de Tebas y Néfele, hermano por lo tanto de Frixo y Hele, en algunas versiones del mito. Apenas tiene importancia dentro de la mitología griega, pero es posible que su nombre, a través de la supuesta forma italiana Maciste, dieran origen a un popular personaje cinematográfico de características similares a las de Hércules.
Las Gorgonas eran un trío de deidades marinas, como corresponde a las hijas de dos terribles monstruos marinos: Forcis (Forcus) y Cetus. Tenían por hermanas a otro trío de diosas infernales: las Grayas, tres brujas caníbales que compartían un único ojo y único diente. Los nombres de las tres Gorgonas eran Esteno, Euriale y Medusa; existen muchas descripciones, pero siempre se las asocian a mujeres con serpientes en lugar de cabellos y que petrificaban con su sola mirada. Nuestra protagonista Medusa fue la más célebre de todas; amante forzada de Poseidón (Neptuno), quien la violó en el templo de Atenea; por tal ofensa Atenea la transformó a ella y a sus hermanas en los monstruos descritos (se suponía que antes de acostarse con Poseidón, las Gorgonas eran lo opuesto sus hermanas, las Grayas, ninfas muy hermosas). Medusa era la única mortal (que podía morir) de las tres hermanas, seguramente una parte especial del castigo impuesto por Atenea. Medusa murió finalmente decapitada en manos del joven Perseo, un hijo de Zeus (Júpiter) y quien recibió la ayuda de la diosa Atenea para realizar su viaje. La diosa le indicó al joven Perseo que usara su escudo como espejo para poder vencer a la gorgona. Tras su muerte, los cabellos de Medusa se dispersaron por el mundo dando origen a todas razas las serpientes que conocemos hoy día, pero de su sangre derramada nacería el caballo alado Pegaso y de su vientre podría por fin escapar de su encierro, el vástago de Poseidón, un gigante armado conocido como Crisaor. Algunos mitos dicen que cuando Perseo, montado en Pegaso volaba sobre el desierto de Libia, gotas de la sangre de la cabeza medusa cayeron y nacería la anfisbena de dos cabezas. Las Gorgonas son descritas en el mito original como seres alados con garras en vez de extremidades y con cabezas cubierta de serpientes; en versiones modernas son mujeres hermosas con serpientes en lugar de cabellos, y en los juegos de computadora o de cartas de rol las asemejan a las naginas (pero conservando su cabellera de serpientes). En Japón existe a la Yama-uba, posiblemente se trata de alguna especie de ogra, con aspecto de gorgona.
En la mitología griega, Iamo era el hijo de Evadne, hija de Poseidón, engendrada por Apolo. Shamed por su embarazo, Evadne abandonó a su niño por temor. El niño sobrevivió y, le fue otorgado el don de la profecía
La violeta es una planta vivaz, que tiene las hojas con peciolo largo, acorazonadas y ligeramente dentadas y da flores solitarias de color violeta intenso, muy perfumadas que al restregarlas despiden un olor agradable y dulzón. El epíteto odorata hace referencia a ese embriagante olor que despide.
Cuenta la mitología el motivo por el que las violetas se volvieron de ese color, habiendo sido siempre blancas.Las violetas también intervienen en otra historia mítica.
Yamo fue un héroe de Olimpia, nacido de la relación que Evadne tuvo con Apolo. Avergonzada de haber sido seducida por el dios, expuso al niño para que muriera, pero dos serpientes acudieron a alimentarlo con miel. La madre lo encontró un día salvado de este modo milagroso y tendido en un lecho de violetas en flor; por eso le dio por nombre Yamo (Íamos), “el niño de las violetas”.
Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes. Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal. Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio. Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní. Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroismo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.
En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la tierra. Lamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.