Vivía con sus padres en una cabaña en el bosque paraguayo.
Una de las preocupaciones paternas fue inculcar en su tierna alma los sentimientos más puros y nobles.
Todas las tardes, su madre, luego de acariciarlo tiernamente, se sentaba con él a la sombra de una palmera, y le predicaba el amor y la bondad, para con todos los seres vivientes.
Tal empeño puso en la educación de su hijo, que tempranamente fue considerado por toda la población como un ejemplo de buen corazón y ternura; al punto de ser el modelo deseado por todas las madres y puesto como dechado de virtud a imitar por sus hijos.
Un día, la madre de Guazú le ordenó que fuera a una fuente que había en el bosque a traerle un cántaro con agua.
El muchacho obedeció, yendo con su cantarito a cuestas, hacia la fuente de cristalinas aguas. Iba cortando florcitas silvestres, para llevarlas a su madre, al regreso. Y se entretuvo escuchando cantar al haabiá (zorzal)
Tras larga caminata, llegó a la fuente. Terminó de llenar su cantarito cuando, con mucho dolor, vio que en sus cristalinas aguas se estaba ahogando una hermosa y delicada ñandutí (arañita blanca)
Recordó las lecciones de amor y bondad de su madre; su noble corazón sintió piedad, y con sus delicadas manitos, ayudadas por una ramita de junco, la salvaron de morir ahogada.
-“Gracias, Guazú,”-dijo la araña-“por haberme salvado la vida. Con esto has demostrado ser un niño bueno y compasivo. Jamás olvidaré este favor. Si algún día me necesitas, estoy a tu disposición sin dudarlo”.
Y dicho esto (porque entonces los animales hablaban con los hombres), subió a las ramas de un pino, por un hilito plateado que tejió en un instante.
Mas el muchacho la detuvo:
-“No quiero que te marches, ñandutí. Eres tan bonita que quiero llevarte conmigo. Sé que no eres venenosa ni me harás daño alguno”.
-“Si así lo deseas”-respondió ella-”estoy dispuesta a ir”.
La estaba poniendo en su pecho Guazú, cuando sobre ellos se proyectó una gran sombra. Era el águila, que atacó a Guazú, para llevarse a la arañita. Y se trabaron en lucha.
Guazú venció al águila; pero como consecuencia de los picotazos, le quedó una sangrante herida. Inmutable, se fue hasta la fuente para lavarla. En eso estaba, cuando se presenta una bella muchacha, que dijo:
-“No te preocupes por esto, Guazú: esta fuente es milagrosa. Deja que te lave con sus aguas y sanarás”.
La joven se llamaba Picazú, y era bella, bondadosa y tierna como ninguna.
Y desde ese día, el corazón del cunumí (joven), quedó prisionero de su hechizo. Lo mismo sucedió con la encantadora cunataí.
Los años pasaron rápidamente.
Al hacerse hombre, su mayor felicidad radicó en que sus padres podían quedarse descansando en casa, pues él se dedicó plenamente a arar la tierra.
Esta muestra de cariño filial fue premiada por los dioses: las tierras de sus padres produjeron los mayores y más abundantes frutos que, al ser tan exuberantes, eran codiciados desde tierras lejanas, desde donde los venían a buscar.
Y todas las tardes se reunían los jóvenes a soñar con el momento en que pudieran formar un hogar como el de sus padres.
Y todas las tardes se reunían los jóvenes a soñar con el momento en que pudieran formar un hogar como el de sus padres.
El día en que Guazú se halló completamente seguro de poder hacerlo, anunció a la cunataí que había decidido que sus padres la pidieran para él en matrimonio. Con lo cual, la joven lloró emocionada.
Los padres de Guazú pidieron la mano de la cunataí, mas no obtuvieron respuesta afirmativa, ya que los padres de ella manifestaron que, al haber numerosos pretendientes, sólo la concederían a quien brindara el mejor regalo de bodas.
Inmediatamente, todos comenzaron una búsqueda incesante del regalo que fuera más digno de la hermosa joven.
Uno fabricó las más extrañas joyas: un collar de estrellas, y un anillo que, en vez de una piedra preciosa, ostentaba el cuerpo luminoso de una luciérnaga, que gustosa se ofreció como joyel.
Otro, yendo hasta los más profundos rincones del bosque, trajo las más bellas ibotís, realizando una hermosa corona de flores.
Mas Guazú no hallaba el regalo adecuado.
Apenado y con temor de perder la mano de la cunataí, fue al bosque, a ver si éste le daba un buen consejo. Allí, se entregó a la meditación.
En eso sintió un suave roce. Y se vio que se trataba de ñandutí, la blanca arañita, quien le dijo:
-”Una vez, salvaste mi vida. No lo olvidé. Como prueba de mi gratitud vengo a recompensar tu gesto”.
Guazú sonrió.
“¿Será posible”-pensó-“que esta ñandutí sea capaz de darme un obsequio tal que me permita hacerme acreedor de la mano de Picazú?”
Pero la agradecida arañita, mientras tanto, hilaba, con hilos de plata arrancados a los rayos lunares...
El joven dormía, mientras la afanosa ñandutí trabajaba.
Terminó cuando el sol asomaba. Entonces puso en manos de Guazú, fue el primer tejido que se confeccionó en Paraguay, que le permitió, por su belleza, desposarse con la linda cunataí.
El matrimonio se celebró a los pocos días.
Picazú, que jamás estuvo tan bella, llevó a la ceremonia, sobre su negra cabellera, la tela que para ella había tejido la araña.
Pero lo que más llamó la atención fue ver, sobre el pecho de Guazú, como una joya delicada, a la diminuta arañita, en cuyo recuerdo, a la bella tela se le llama ñandutí.